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Como si fuera borrego

Hoy vi a Ramón Ceferino, el peón de mi hermano.
—¿Qué tal, Ramón Ceferino?
—Bien por la vez.
—¿Y cómo le fue con la acuartelada?
—Bien y mal.
—¿Por qué mal?
—¿Pues no ve cómo me dejaron?
Y se quitó entonces el sombrero alón de paja, y me mostró el cráneo pelado al rape y lucio como un guacal.
Se le iba el sombrero hasta las orejas, que le quedaban ahora más grandes; se le veía la nariz más larga y afilada; los ojos verdes más vivos e inquietos.
—A tuiticos nos pelaron en dos monazos. Como cuando pasa una quema por un rastrojo.
Algunos se escondían, pero a empujones los llevaban a los barberos.
—Muy ruines para pelar los barberos. Les dije que les pagaba si me le ponían un número más a la máquina. Yo estaba peluquiado un poco bajoncito. Me peluquiaron como si fuera borrego.
Pausa.
—No he salido estos días de casa, porque me corre un cierto hielo por la nuque. No he podido ir a los portales de la Candelaria. Yo soy alguillo vanidoso pal pelo.
Pausa.
—Quedó un montón de pelo que no cabía en una carreta. Seguro lo van a dejar para almohadas. ¡Quién sabe qué cafetal van a abonar con el pelo de uno!
—¿Y cuantos eran ustedes? —¡Uff! Un chorro de gente. Pausa.
—El primer día dimos una aguantada de hambre bárbara. Como a las tres de la tarde almorzamos. Comida regular, en las fondas del mercado. Últimamente ya no nos querían dar de comer por los daños que hacíamos. El azúcar se lo comían en puños. Se llevaban los cubiertos.
Pausa.
—Unos cucharillas me fueron a sacar de la casa. Yo le había dicho a Chepa, la mujer: "No prendas candela, no dilatan en venir".
Tuve que ir porque soy disciplinado. Estaba muy nuevo, de diez y siete años, cuando me disciplinaron. Esta vez no quise ponerme el uniforme. Me hice el tonto para no hacer guardia.
Pausa.
—Aviaos que no nos den nada. Si hay gente de la conocida mía arrimada a la Comandancia, me arrimo también. Quien quita que cobre . ., Todavía el que va a pedir la alta por gusto, por haraganería... Yo fui arriao. Soy hombre de trabajo. Yo tengo obligaciones y estoy sin plata. Ellos no me mantienen la mujer. El teniente Bonilla me buscó la baja.
Que es cuanto tenía que decir, a propósito del pronunciamiento militar del 27 de enero de 1917, el ciudadano costarricense Ramón Ceferino Morales, hombre de campo, vecino de Santa Ana y el peón de mi hermano.

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