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Pere

Pere le decíamos familiarmente. Se llama Peregrina.
Hay que imaginársela más o menos alta, erguida, con unos ojos que las cejas alzadas hacían más grandes, más negros y más hermosos, por lo tanto.
Un tiempo fue la cocinera de mi casa. Cierto día no apareció. Tampoco al siguiente. Y nosotros, sin preocuparnos.
Al fin la esposa fue en busca suya. Vivía cerca, en una casita de adobes pegada a la orilla del camino. Por las noches se iba a dormir a esa casucha.
Vivía con Rafaelillo, un fletero de las orillas de la ciudad. Este trabajaba con fortuna escasa, y lo que ganaba, se lo bebía o lo jugaba. De modo que Pere tenía que ganarse el sustento propio con la cocina. A veces lo ganaba para ambos.
Este Rafaelillo conoció a Pere años atrás, de cocinera en una casa rica. Ella venía de uno de los pueblos cercanos. De San Sebastián o San Francisco de Dos Ríos, si no me equivoco. (En ambos lugares se crían campesinas muy bonitas). La enamoró, pues, la sacó del concierto y se la llevó a vivir con él. No habían tenido familia. Rafaelillo le había sido bastante fiel.
Me contó la señora que Pere estaba en cama. Tardes antes se había ido algo resfriada. Al acostarse, se dio una fricción de alcohol con aguarrás.
Esa noche, como otras muchas, Rafaelillo no pareció a acostarse. Cosa esta que ya ni mortificaba a Pere.
Como a medianoche, Pere sintió ruido en el corredor. Era Rafaelillo que regresaba a caballo y ebrio. Tanto, que no atinaba a bajarse de la bestia.
Así lo comprendió Pere, y se levantó envuelta en la cobija. Como pudo, lo entró al cuatro.
Llovía copiosamente y venía empapado. Hubo que desnudarlo y acostarlo. Todo esto, con muy buen modo; sin palabras hirientes de reproche, sin malos gestos.
Ya acostada, oyó que el caballo sacudía la montura. ¡El caballo! ¡Si el pobre se había quedado sin desensillar! ¿Y así había de pasar la noche? No. Y vuelta a levantarse, le quitó el aparejo y lo soltó para que se fuera a pastear por las callecillas.
Por supuesto, se resfrió mucho más y amaneció con fiebre. Hubo que llamar al doctor. Esto explicaba su ausencia.
Algunos días más tarde, como le dijera a Pere en son de reproche:
—¿Por qué no abandona a ese perdido? Ella me respondió:
—¡Dios libre! Si yo no lo quisiera, sería más desgraciado.

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1 comentarios:

Anónimo dijo...

que buenos cuentos dionisio

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