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Filadelfo el primero

Oh, mi buen Elias, mi conforme Elias!, lo que menos te figuras es que haya pasado al papel lo que en otro tiempo me referiste con ternura evidente. Pero es suceso que merece recordarse.
* * *
Es bueno que antes sepáis algo de este Elias, mi amigo, tal como lo conocí cuando me contó lo que luego se verá.
Vaquero en la ciudad. Al anochecer de todos los días guiaba las vacas a un potrero cercano. Una vez llegó a descampar en el corredor de mi casa. Invierno fuerte y aguaceros largos. Como anocheciera y tuviera que ir hasta Guadalupe, le ofrecimos de comer. Desde entonces, el pobre siempre hacía lo posible por quedarse y que de nuevo lo invitáramos. Terminó por hacer amigables relaciones con la cocinera. Yo también lo quise. Era un campesino respetuoso e ingenuo. Bien lo recuerdo: de cara colorada y cerrada de barba rubia, que a veces dejaba crecer un poco, ojos verdes y orejas peludas.
* * *
Aquella noche, entre otras cosas, hablamos de la familia. Y fue entonces cuando supe de Filadelfo el primero.
"Eso sucedió así, me dijo Elias:
"En una hacienda de Rancho Redondo trabajaba como peón. Hacía de todo: de maquinero y mandados; cuidaba las vacas.
"Esa tarde, como a las dos, habíamos comido juntos yo y Filadelfo, el primer hijo, de dos años, muy desarrollado para la edad que tenía. A Filadelfo le teníamos aparte cu-charta y platillo de china".
Recuerda entonces, enternecido, que el niño, por jugar, aquella ocasión le pidió que le enfriara los bocados antes de comérselos.
"También recuerdo que cuando salí de la sala, vi que Filadelfo jugaba junto a la acequia. Le di una nalgada y lo mandé para adentro.
"Trabajaba después en el aserradero, cuando de lo alto de la cuesta una mujer me hizo señas con las manos".
Había tal angustia en la señal, que Elias paró la máquina al instante y echó a correr potrero arriba.
"Cuando llegué al portón, me dice la mujer: —Mire, Elias, lo que está aquí. Y me señaló en una de las compuertas de la acequia que bajaba a mover la máquina, a mi hijo Filadelfo".
Estaba boca abajo, a flor de agua, y el agua presurosa lo golpeaba.
"Dice la esposa que yo dije cuando lo vi: •—A ese muchacho se lo llevaron los diablos".
No estaba en su juicio.
Cogió por un pedregal y arrastraba al niño de la mano.
Un vecino compasivo lo detuvo y se lo llevó a la casa.
—Aquí está, acábatelo de jartar, le dije a la esposa, y lo eché en la cama.
No estaba en su juicio.
"Con otro niño del vecino jugaba el mío en la acequia". La madre contempló el deplorable suceso, impasible al parecer; ni hablaba, ni lloraba; hecha una tonta.
De rodillas, Elias y otras personas trataban de volverlo a la vida.
¡Inútiles empeños!
"Al galope de un caballo del patrón me fui hasta San Isidro. Llegué con una botella de álcali, a ver si volvía".
Nada, nada, Filadelfo el primero estaba irremediablemente muerto, aun cuando no lo parecía.

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