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Respetar las cenizas

Dice el cuento que la finada Andrea, poco antes de morirse, llamó a Melecio, el mayor de sus hijos, y le pidió que no se juntara más con María Manuela.
Y dice también el cuento que Melecio le prometió hacer lo, porque las palabras de su madre más parecían mandato que súplica o mera indicación. Además, las había proferido en momentos tan solemnes, que Melecio no podría olvidarlas nunca.
En su tiempo, María Manuela había sido una de las muchachas más gustadas de la aldea. Entonces fue cuando ella y él se conocieron. La moza le abrió las ganas a Melecio y un día de tantos, sin más yugos que el del amor, hicieron la yunta. Estaban tal para cual.
Ya tenían tres hijos cuando la conocí y supe esta historia. María Manuela vivía en casa aparte. Pero Melecio seguía siendo doméstico; Andrea no lo soltaba.
Profesaba a María Manuela un odio cordial que creció con los años y el aumento de los nietos. A éstos los conocía de lejos. Si se los hallaba, les hacía ascos y malos modos. ¡Y qué cosas! ¡cuan parecidos salieron los nietos a la abuela! Con ese odio, sin embargo, se fue la pobrecita a la tumba, como ya lo sabemos.
Y como hay que respetar las cenizas de los mayores, Me
lecio se separó ciertamente de María Manuela.
¿Cuánto duró la separación de cuerpos? Algunos meses no más. En este caso la difunta no siguió mandando; pudo más el amor, como es natural.
Pero no se alarmen mis lectores; se casaron al fin por la iglesia, tuvieron más hijos y fueron felices, como en los cuentos.

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